Antonio Manzano - @AntonioUriz. Twitter
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El miércoles, el mundo fue testigo del final de una era con el fallecimiento de Henry Kissinger, el ex secretario de Estado de EE. UU. y laureado con el premio Nobel de Paz, a la edad de 100 años. Su deceso en Connecticut marca un momento de reflexión sobre su legado, que es tan admirado como cuestionado. Para algunos, Kissinger fue un visionario de la diplomacia, mientras que para otros, su nombre es sinónimo de criminal de guerra. Su figura continúa siendo objeto de estudio y debate, especialmente por su papel en eventos como el golpe de Estado de 1973 en Chile y la invasión de Timor Oriental en 1975.

Durante la Guerra Fría, Kissinger fue un actor esencial en la diplomacia mundial. Su enfoque pragmático, una suerte de Realpolitik a la americana, le permitió iniciar acercamientos con Moscú y Pekín en los años 70. A pesar de los años, su visión del mundo se mantuvo firme, como lo demostró el martes pasado al enfatizar ante sus invitados la necesidad de que Estados Unidos defienda sus “intereses vitales” y sea “más fuerte para resistir a cualquier presión”.

Incluso en el contexto de la guerra en Ucrania, Kissinger abogó por un alto el fuego, señalando que el objetivo estratégico de Estados Unidos se había logrado al fallar la tentativa militar de Rusia de absorber a Ucrania. Sin embargo, la imagen de este hombre de voz áspera y acento alemán está empañada por su asociación con algunos de los episodios más oscuros de la historia estadounidense, incluyendo su apoyo a dictaduras y conflictos bélicos.

Reed Kalman Brody, abogado especialista en derechos humanos, no tiene dudas de que las políticas de Kissinger causaron “cientos de miles de muertes y destruyeron la democracia en varios países”. A pesar de las críticas y demandas, Kissinger nunca se ha enfrentado a la justicia; en 2004, una demanda en su contra fue desestimada.

Una reciente investigación de The Intercept, basada en documentos del Pentágono y testimonios de sobrevivientes, sugiere que la campaña de bombardeos en Camboya, de la cual Kissinger fue artífice, causó muchas más muertes civiles de lo reconocido anteriormente. El historiador Muntassir Mamoon, de la universidad de Daca, acusa a Kissinger de apoyar activamente el genocidio en Bangladés en 1971, una visión que encuentra eco en países como Vietnam.

Carolyn Eisenberg, historiadora de la universidad Hofstra, señala la ironía de recordar a Kissinger por su papel en la paz, mientras se olvidan sus acciones que prolongaron la guerra en Vietnam, Camboya y Laos. La complejidad de su figura se refleja en su biografía: nacido en Alemania, refugiado en Estados Unidos, veterano del contraespionaje militar y académico de Harvard, Kissinger se convirtió en el rostro de la diplomacia mundial bajo la presidencia de Richard Nixon y más tarde con Gerald Ford.

Fue durante su tiempo en el gobierno que Kissinger lanzó la distensión con la Unión Soviética y el deshielo con China, organizando la histórica visita de Nixon a Pekín en 1972. También llevó a cabo, en secreto y paralelamente a los bombardeos de Hanoi, las negociaciones que culminarían en el cese el fuego con Vietnam del Norte, lo que le valdría el Premio Nobel de la Paz en 1973, uno de los más controvertidos de la historia.

La muerte de Kissinger cierra un capítulo en la historia de la diplomacia internacional, dejando tras de sí un legado de éxitos y controversias que seguirán siendo analizados y debatidos por historiadores, políticos y activistas por los derechos humanos. Su vida y carrera reflejan la complejidad de la política mundial y el poder, así como las difíciles decisiones que a menudo deben tomarse en el escenario internacional. Su influencia y las repercusiones de sus acciones perdurarán, recordándonos la importancia de la diplomacia y las consecuencias que pueden tener las políticas exteriores de las grandes potencias.

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