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El martes 27 de febrero de 2024, Colombia presenció un evento que podría marcar un antes y un después en su historia reciente. Salvatore Mancuso, exjefe de las Autodefensas Unidas de Colombia, regresó al país tras cumplir una condena de 15 años en Estados Unidos por narcotráfico. Su llegada, ocurrida alrededor de las 2:30 p.m. en Catam, no es un hecho aislado, sino un componente de un proceso más amplio que busca la reconciliación y la construcción de una paz duradera en el país. Fernando García, director de Migración Colombia y firmante del acuerdo de paz de 1991, destacó la importancia de este acontecimiento en el camino hacia la reconciliación.

Mancuso no llegó solo; lo acompañaban 120 personas deportadas relacionadas con el tráfico de cocaína y delitos conexos en Estados Unidos. Este grupo será trasladado a diferentes centros de reclusión, mientras que Mancuso será llevado a la cárcel de La Picota, en Bogotá, bajo un estricto esquema de seguridad. La presencia de Helena Urán Bidegaín, jefe de la Unidad del Ministerio de Relaciones Exteriores para Medidas de No Repetición, subraya el interés del gobierno en aprovechar esta oportunidad para consolidar una agenda que prevenga la repetición de los dolorosos acontecimientos del pasado.

La situación de Mancuso es compleja. Según su abogado, Nelson Menjura, el exjefe paramilitar teme por su vida y la de su familia en Colombia. Este miedo no es infundado, dada la naturaleza de los delitos y las alianzas quebradas en el pasado. Sin embargo, su retorno se enmarca en un contexto de justicia transicional, donde Mancuso, ahora en calidad de gestor de paz, busca contribuir a la materialización de la paz total, según sus propias palabras en una carta dirigida a la sociedad colombiana.

La justicia transicional en Colombia ha sido un proceso largo y complejo, iniciado con la desmovilización de grupos armados en 2004. Mancuso hace referencia a este proceso en su carta, mencionando mecanismos como Justicia y Paz y la Jurisdicción Especial para la Paz como legítimos para el cierre judicial del conflicto armado interno. Su compromiso con el presidente Gustavo Petro Urrego, de contribuir a la paz total, refleja una voluntad de cerrar un capítulo oscuro en la historia del país.

La llegada de Mancuso a Colombia plantea varios desafíos y oportunidades. Por un lado, existe el riesgo de que su presencia despierte viejos conflictos o genere nuevos. Por otro, su participación como gestor de paz puede ofrecer una perspectiva única para abordar los problemas que aún afligen a Colombia. La clave estará en cómo el gobierno y la sociedad colombiana manejen este delicado equilibrio entre justicia, reconciliación y seguridad.

La seguridad de Mancuso y su familia es una preocupación legítima, dada la naturaleza de su pasado y los enemigos que pudo haber hecho tanto dentro como fuera de la cárcel. El gobierno debe garantizar su seguridad, no solo por su bienestar, sino también para asegurar su participación efectiva en el proceso de paz.

La participación de la sociedad colombiana en este proceso es fundamental. La carta de Mancuso a la sociedad invita a una reflexión sobre el papel que cada ciudadano puede jugar en la construcción de una paz duradera. Es un llamado a mirar más allá de los prejuicios y las heridas del pasado para trabajar juntos hacia un futuro mejor.

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