En la década de 1980, un cartel chino proclamaba: “Para rejuvenecer la nación, hay que controlar el crecimiento de la población”. Esta frase encapsulaba la esencia de la política de hijo único, una medida drástica implementada por el gobierno chino para frenar el crecimiento demográfico. Sin embargo, décadas después, las consecuencias de esta política han generado un rechazo significativo hacia la nueva agenda pronatalidad de Beijing.
La política de hijo único, instaurada en 1979, buscaba mitigar los problemas económicos y sociales derivados de una población en rápido crecimiento. En ese momento, China enfrentaba desafíos como la escasez de recursos y la presión sobre los servicios públicos. La medida fue efectiva en reducir la tasa de natalidad, pero también trajo consigo una serie de problemas sociales y demográficos.
Uno de los efectos más notorios fue el desequilibrio de género. La preferencia cultural por los hijos varones llevó a un aumento en los abortos selectivos y el infanticidio femenino. Como resultado, hoy en día, hay un exceso de hombres en comparación con las mujeres, lo que ha generado problemas en el mercado matrimonial y en la estructura social.
Además, la política de hijo único ha dejado una generación de hijos únicos, conocidos como la “generación de los pequeños emperadores”. Estos jóvenes crecieron sin hermanos, lo que ha influido en su desarrollo social y emocional. Muchos de ellos enfrentan la presión de cuidar a dos padres y cuatro abuelos, una carga significativa en una sociedad que envejece rápidamente.
En 2015, el gobierno chino reconoció los problemas derivados de la política de hijo único y la reemplazó por una política de dos hijos. Sin embargo, esta medida no ha tenido el impacto esperado. Las tasas de natalidad siguen siendo bajas, y muchas mujeres rechazan la nueva agenda pronatalidad de Beijing.
Las razones de este rechazo son múltiples y complejas. En primer lugar, el costo de vida en las ciudades chinas ha aumentado considerablemente. La educación, la vivienda y la atención médica son cada vez más caras, lo que disuade a muchas parejas de tener más de un hijo. Además, las mujeres chinas han ganado más independencia y acceso a la educación y al empleo. Muchas de ellas priorizan sus carreras y su desarrollo personal sobre la maternidad.
Por otro lado, la experiencia de haber crecido bajo la política de hijo único ha dejado una huella profunda. Muchas mujeres recuerdan las restricciones y las presiones que sus padres enfrentaron. No desean repetir esa experiencia con sus propios hijos. Además, la falta de apoyo gubernamental en términos de políticas de conciliación laboral y familiar también juega un papel crucial. Las mujeres chinas enfrentan largas jornadas laborales y pocas facilidades para equilibrar el trabajo y la vida familiar.
El gobierno chino ha intentado varias estrategias para fomentar la natalidad. Ha ofrecido incentivos económicos, como subsidios y beneficios fiscales, y ha promovido campañas de concienciación sobre la importancia de tener más hijos. Sin embargo, estos esfuerzos no han sido suficientes para cambiar la mentalidad de muchas mujeres.
Algunas voces críticas argumentan que el gobierno debería centrarse en mejorar las condiciones de vida y ofrecer más apoyo a las familias. Proponen políticas de conciliación laboral y familiar más efectivas, como la ampliación de las licencias de maternidad y paternidad, y la creación de más guarderías asequibles. También sugieren abordar el problema del alto costo de la educación y la vivienda.
Otra perspectiva sugiere que el gobierno debería respetar la decisión de las mujeres y no imponer una agenda pronatalidad. Argumentan que cada individuo tiene el derecho de decidir sobre su propio cuerpo y su vida familiar. En lugar de presionar a las mujeres para que tengan más hijos, el gobierno debería centrarse en crear una sociedad más equitativa y justa.