El 29 de julio de 2024, París fue testigo de un evento histórico en el mundo del tenis. Rafael Nadal, el campeón indiscutible de Roland Garros, se despidió de la cancha parisina en los Juegos Olímpicos. Su rival, Novak Djokovic, fue el encargado de poner fin a una era dorada en la tierra batida. Este partido no solo fue un enfrentamiento deportivo, sino también un emotivo adiós a una leyenda viviente.
La expectación era palpable desde días antes. Los pasillos del coliseo estaban abarrotados de periodistas y aficionados que querían presenciar el último baile de Nadal en Roland Garros. La policía tuvo que intervenir para desalojar a los que no tenían entrada. La cancha Philippe Chatrier, con capacidad para casi 15.000 espectadores, estaba llena hasta el último asiento. El cartel del partido era demasiado potente: Novak Djokovic vs. Rafael Nadal. Unos meses atrás, Nadal había prometido una última cita con la tierra de arcilla, y el destino quiso que su adiós fuera contra su gran rival.
El sol brillaba intensamente sobre el polvo de ladrillo. La brizna golpeaba suavemente los rostros de los espectadores, que con abanicos en mano, parecían mariposas estancadas en la tribuna. Todos eran testigos de un partido inolvidable. Nadal, el más grande del polvo de ladrillo, se despedía en París. Su verdugo, Djokovic, también una leyenda, buscaba el único título que le faltaba: la medalla de oro olímpica.
Dos días antes del partido, Nadal había expresado sus dudas sobre su participación. En la zona mixta, cuando El Espectador le preguntó si jugaría contra Djokovic, el español respondió que no estaba seguro. Había prometido su regreso a su reino de arcilla, pero no sabía si sus piernas resistirían el embate de dos torneos al mismo tiempo. Además de la rama individual, Nadal disputaba los dobles junto a Carlos Alcaraz, con la esperanza de una medalla dorada para España.
El partido comenzó y desde el primer set, Nadal mostró signos de falta de continuidad. Djokovic, implacable, no perdonaba ni el más mínimo error. El primer parcial fue una pesadilla para Nadal, quien salvó el 6-0 con un juego que dejó el tanteador en 6-1. En la segunda mitad, la situación no mejoró. Con un quiebre temprano, la derrota del español parecía inevitable.
A pesar de todo, el cariño del público hacia Nadal no disminuyó. Los fanáticos gritaban “Rafa, Rafa, Rafa” y ahogaban cualquier intento de cántico de los serbios presentes. Nadal, sacando fuerzas de donde parecía no tener, comenzó a remontar. De ir abajo con dos quiebres, se recuperó e igualó el juego. Sin embargo, cuando igualó 4-4, Djokovic despertó de nuevo y el set acabó 6-4.
Después del partido, Nadal no habló. Se despidió del público, que lo celebró mientras muchos abucheaban a Djokovic. El serbio, insolente, les pidió que hicieran más ruido. Nadal desapareció por la boca del túnel, con los brazos en alto, derrotado, pero con el cariño de la gente.
Este partido no solo marcó el final de una era en Roland Garros, sino también el adiós de un tenista que conquistó corazones y títulos por igual. Nadal, con 14 títulos en la tierra batida de París, deja un legado imborrable. Su rivalidad con Djokovic ha sido una de las más emocionantes y competitivas en la historia del tenis. Este último enfrentamiento en los Juegos Olímpicos de París 2024 será recordado como uno de los momentos más emotivos y significativos del deporte.
La despedida de Nadal en Roland Garros es un recordatorio de la grandeza y la fragilidad del deporte. Cada punto, cada set, cada partido es una batalla contra el tiempo. Nadal, con su espíritu indomable y su amor por la tierra batida, ha dejado una huella imborrable en el tenis y en los corazones de millones de aficionados. Su último baile en París fue un homenaje a su carrera y a su legado. Aunque derrotado, Nadal se despidió con la frente en alto, sabiendo que su nombre estará siempre ligado a la historia de Roland Garros.