La migración es un fenómeno que ha marcado la historia de la humanidad, impulsada por la búsqueda de mejores condiciones de vida, la huida de conflictos o la persecución. Sin embargo, este anhelo por un futuro prometedor se ve a menudo ensombrecido por los peligros que entrañan las rutas migratorias. En el continente americano, la situación es particularmente alarmante. Según el Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en lo que va de año, al menos 1.078 migrantes han perdido la vida o han desaparecido, entre ellos 74 menores de edad. Estas cifras, aunque menores a las del año anterior, no dejan de ser un reflejo de la tragedia humana que se vive día a día en las fronteras y mares del mundo.
Desde 2014, año en que la OIM comenzó a monitorear estos sucesos, se han registrado 8.543 muertes o desapariciones en América. La frontera mexicano-estadounidense, con 4.852 casos, se destaca como una de las más letales, seguida por otras rutas peligrosas como el Caribe, el Darién panameño y el cruce marítimo de República Dominicana a Puerto Rico. Estos números no son solo estadísticas; representan vidas humanas, sueños truncados y familias desgarradas por la incertidumbre y el dolor.
El año 2022 se ha señalado como el más cruento, con 1.457 muertes o desapariciones, seguido de cerca por el 2021. Estos datos evidencian una tendencia creciente en la peligrosidad de estas travesías. La región de las Américas, caracterizada por flujos migratorios mixtos y dinámicos, es un escenario de movimientos intrarregionales y extrarregionales, donde se mezclan refugiados, solicitantes de asilo y migrantes económicos. Los factores que impulsan estos desplazamientos son diversos y complejos, incluyendo desastres naturales, violencia estructural, pobreza y desigualdad.
La situación en la ruta hacia las Islas Canarias es igualmente alarmante. Este año, al menos 634 migrantes han muerto o desaparecido intentando alcanzar este destino desde África, superando ya las cifras del año completo anterior. Esta ruta es reconocida por su peligrosidad, exacerbada por las largas distancias y la ausencia de operaciones de búsqueda y rescate adecuadas. Los migrantes enfrentan jornadas extenuantes en embarcaciones inadecuadas, sin suficientes provisiones de alimentos y agua, lo que ha resultado en cientos de muertes por hambre o deshidratación.
La OIM advierte que las cifras que maneja son conservadoras y que la realidad podría ser mucho más grave. La ruta del Sahara, con 6.084 muertes, y la del Mediterráneo, con 2.480 solo en este año, son otros ejemplos de los peligros que enfrentan los migrantes. Estos datos son un llamado a la acción para la comunidad internacional, que debe buscar soluciones que garanticen la seguridad y los derechos humanos de los migrantes, así como abordar las causas fundamentales que los empujan a emprender viajes tan riesgosos.
La migración no es un problema que se pueda resolver con medidas unilaterales o políticas restrictivas. Requiere de un enfoque integral, cooperación internacional y políticas que promuevan el desarrollo y la estabilidad en las regiones de origen. Mientras tanto, las organizaciones humanitarias y los gobiernos deben intensificar sus esfuerzos para proteger a los migrantes en tránsito, mejorar las operaciones de búsqueda y rescate y ofrecer alternativas legales y seguras para la migración.
La tragedia de la migración en el continente americano y más allá es un recordatorio de que detrás de cada número hay una historia humana. Es imperativo que la sociedad en su conjunto, desde los gobiernos hasta los ciudadanos, reconozca la urgencia de actuar con compasión y justicia para prevenir que estas cifras sigan aumentando año tras año.